viernes, 12 de julio de 2019



                         

Love me tender





Por: Alejandra Correa



La escena transcurre en un pequeño salón donde hay un sofá, una lámpara y una mesa de centro. Sobre la mesa un oso de felpa y una caja de cigarrillos. También hay un mueble y una computadora sobre este. Allí se encuentra una pareja de esposos: Margot y Alfredo.



Margot, una mujer alta, delgada, de tes blanca y cabello negro con ojos penetrantes lleva puesto un hermoso vestido negro. Enciende un cigarrillo y un poco confundida pregunta: Entonces, ¿así hemos de terminar 10 años de matrimonio? ¿Así? Recuerdo nuestra primera película juntos, soñadores, te baile Le mer, como Isabelle, me decías que lo hacía perfecto ¿Recuerdas? Quieres por favor ponerla un segundo, solo un segundo.



Alfredo se levanta, camina hacia el mueble donde se encuentra la computadora y busca la canción, vuelve a sentarse y Margot empieza a bailar sin dejar su cigarrillo. Su baile dura unos cuantos segundos y pronto se acerca al mueble, se queda pensativa, se detiene y apaga la música.



Alfredo le dice, ese día tenía tantas ganas de hacerte el amor.



Margot un tanto inquieta se recuesta en el sofá y mira hacia el techo. —Pero ahora no siento nada, no me produce ninguna reacción verte bailar. Lo hacías con una sutileza que cualquier hombre hubiese caído fácilmente a tus pies. Justo en ese instante se posa en el regazo de Margot, toma sus manos y las besa, pasa las manos de ella por su rostro y la observa tiernamente:  Recuerdo cuando te conocí, eras tan joven, tan pura e inocente. Te encantaban Los Smiths, aunque debo confesarte que les tenía reservas pues fue por ellos que encendiste tu primer cigarrillo.



Alfredo se levanta del sofá y se queda en pie un poco retraído recordando. —Yo estaba en ese mismo parque y te veía a lo lejos, no sabía si acercarme, tomé valor, el valor que te da el instinto. Días después fuimos a tomarnos unos tragos y de repente estaba en tu cuarto, viéndote bailar esa bella canción. Aquella canción que hacía ver tus caderas pronunciadas.



Margot aún mirando hacia el techo del salón empieza a cantar "Trudging slowly over wet sand. Back to the bench where your clothes were stolen. This is the coastal town  that they forgot to close down Armageddon! come Armageddon!  Come!"



Alfredo mostrándose indiferente a lo que estaba ocurriendo le dice: Nuestras vidas no son ya las mismas, antes reíamos juntos. Ahora somos desconocidos, no sé quién eres. Sin embargo, mantengo aún esas discusiones internas y por alguna razón no dejo de quererte. No debería ¿Sabes?  Hubo amantes en tu vida, fue insoportable.



—Hace un buen día —dice Margot mientras los rayos del sol le recorren su rostro. —Aunque, honestamente es un tiempo demasiado bueno para una ciudad tan fría, la ciudad pierde identidad.



La indolencia de Margot llena de profunda decepción a Alfredo. —Omites esa realidad que ahora nos cuesta, ya no te siento parte de mí. Una vez te había comprado un vestido rojo con algunos encajes negros en los bordes, no sabía cocinar, pero ese día quería sorprenderte. Te dije que te pusieras el vestido y bajaras al comedor. Ese día coloque una canción solo para ti, quizá, ya ni la recuerdas. 



Ella mirando fijamente a aquel sujeto desesperado le toma el rostro y canta a su oído una estrofa de la canción. 



"If the sun refused to shine. I would still be loving you. Mountains crumble to the sea, There Will Still be you and me".



—No me culpes, los últimos años he sido infeliz. Ya sabes, enterarme de la muerte de nuestro hijo me dejó absolutamente vacía, supe que había muerto por un descuido tuyo.





En ese instante Alfredo retira con violencia las manos de Margot de su rostro. —Eso no es cierto, ¿quieres que pierda la cabeza, no es así? —



—Es cierto mi pequeño Alfredo, es culpa tuya tanta calamidad. —Margot pierde los estribos y grita sin ningún tipo de consuelo, que culpa tenía él, su muerte fue tan absurda. 



—Tú lo mataste, sabías que debías sostenerle la mano y te negaste a hacerlo. —Un tanto desencajada toma el oso de felpa de la mesa de centro y lo acaricia como si fuese su hijo. Era tan pequeño, solo tenía dos años.



Eres tan injusta replica su esposo, era mi hijo también, yo lo amaba.



—Tú solo mereces sufrir lo mismo que yo sufro —le dice. De repente su llanto es insostenible y debe recostarse contra la pared, aun así se desliza lentamente hasta caer al suelo. Alfredo trata de consolarla y   la abraza, no pudiendo más se derrumba frente a ella. —¡Suéltame! —le dice. —dime la verdad ¿Por qué lo sacrificaste a él? Yo, yo no quería, pero tú, tú me obligaste. 



—Que injusta eres, el pequeño Joaquín no era mi hijo ¡Cómo pudiste abandonarlo! Nunca quise soltarle la mano, él solo corría, jamás vi venir aquel carro ¡Mi amor, mi único amor, Margot! ¿Por qué? Ahora tú, pobre y hermosa sufres tanto, incluso más que yo.



Margot un tanto consternada le responde. —no todo el pasado sería tan malo, si tan solo hubiese vencido mis deseos habría en nuestras vidas un segundo hijo. Esta vez sí tuyo, todavía puedo. 



—Eres tan frívola, en el fondo no te duele la muerte de tu hijo. Te digo algo, él nunca dijo mamá, pues su mamá nunca existió. Lo dejaste cuando apenas salían sus dientes.



Margot enfurecida se acerca a Alfredo. 

—Cómo se te ocurre pensar eso, todos los dardos han sido lanzados y eres tú el que los recibe, aquí, mi amor, justo aquí—. Señalando su corazón con una voz casi demencial —¡Pobre, pobre Alfredo! Sabe que su vida es ahora él y su vacío, mirándolo con una sonrisa apabullante, pero no hay miedo de su parte, solo un sentimiento de lástima por aquella mujer. 



—Estás enloqueciendo, tiene sentido ahora que lo pienso, la muerte de un niño de dos años, el cual nunca quisiste, solo te atormenta por eso nunca serás feliz. 



Ante tal frase Margot grita con desespero y toma su cabeza como queriendo desaparecer —¡Cállate! No digas nada más, no digas más. 



Toma el oso de felpa y mira retraída hacia la ventana mientras Alfredo la observa desde el sofá.



Margot cuenta su sueño, pero pareciera como si lo contase para ella, pues ignora totalmente la presencia de alguien. 



—Un día lo vi en aquel teatro, se veía tan hermoso en medio de la multitud, era como un ángel, él me vio, dijo que era suya desde que nuestras miradas se cruzaron. Yo me enamoré de aquel hombre en un solo instante, en ese momento dejo de existir Joaquín, no había nada más allá de sus ojos, los de mi ángel. En la tierra éramos él y yo, pero ¿quién lo podría entender? Por amor decidí irme y abandonarlos, a los dos. 

Jamás los mencioné y hui con aquel hombre cuyos rasgos lo hacían ver como un poderoso dios del norte.



—¡Ay de ti mujer infeliz! Ahora vuelves a mí, pero no tengo nada que ofrecerte, solo mi desconsuelo, no debiste volver, quizá mejor, jamás debiste irte. — En ese instante se abrazan, siendo él quien besa su frente —mi bella niña, nunca he dejado de amarte.



Margot ya no es ella, ya no es consciente de la presencia de Alfredo, es inútil continuar pues ella ya no lo escucha, su mente habita otra realidad en la cual Alfredo no existe. Ella sigue hablando para sí, perdida en sus pensamientos... 



—¡Oh desgracia la mía! resulto que ese ángel no quería una compañera sino un encuentro fortuito. Yo lo veía un día con una mujer, al otro una diferente, cada día su cuerpo tocaba una mujer, cada una de ellas más hermosa que la que la anterior. De repente ya no era nadie en su vida, me convertí en un estorbo. Hasta que un día dijo que iba a dejarme ¿Puedes creerlo?



—Mi Margot tú rostro muestra fragilidad. Un rostro que solía ser tan bello, ahora se ve perdido y nunca volverá a ser el de antes.



Margot entre llantos. —Yo, yo lo maté ¡Lo maté Alfredo!— De repente se pone furiosa. —Estaba ahí, en el que antes había sido nuestro cuarto, con su cámara tomando fotos a aquella mujer, muy joven, muy rubia. Y yo, yo estaba en la cocina haciendo algo de comer para cuando terminara su importante reunión, y así, el odio se apoderó de mí, se apoderó y no tuve más remedio que liberarlo, así que entré al cuarto y lo apuñalé por la espalda tres veces.



—Y ¿Qué pasó con la mujer? 



—No sé, no recuerdo si también la maté a ella.



Se escuchan unos pasos al fondo del pasillo, Margot se asusta y Alfredo tiernamente le dice: —Ya vienen, debes cambiarte. La próxima vez te traeré otro vestido ¿Qué color te gustaría?



Margot mira fijamente por la ventana mientras fuma un cigarrillo. —Me gustaría uno rojo. 



Así llega el auxiliar de la clínica de psiquiatría y le dice a Alfredo:



—El horario de visita ha terminado. 



                                                                        FIN

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