Love me tender
Por: Alejandra
Correa
La escena
transcurre en un pequeño salón donde hay un sofá, una lámpara y una mesa de
centro. Sobre la mesa un oso de felpa y una caja de cigarrillos. También hay un
mueble y una computadora sobre este. Allí se encuentra una pareja de esposos:
Margot y Alfredo.
Margot, una mujer
alta, delgada, de tes blanca y cabello negro con ojos penetrantes lleva puesto
un hermoso vestido negro. Enciende un cigarrillo y un poco confundida pregunta:
Entonces, ¿así hemos de terminar 10 años de matrimonio? ¿Así? Recuerdo nuestra
primera película juntos, soñadores, te baile Le mer, como Isabelle, me decías
que lo hacía perfecto ¿Recuerdas? Quieres por favor ponerla un segundo, solo un
segundo.
Alfredo se
levanta, camina hacia el mueble donde se encuentra la computadora y busca la
canción, vuelve a sentarse y Margot empieza a bailar sin dejar su cigarrillo.
Su baile dura unos cuantos segundos y pronto se acerca al mueble, se queda
pensativa, se detiene y apaga la música.
Alfredo le dice,
ese día tenía tantas ganas de hacerte el amor.
Margot un tanto
inquieta se recuesta en el sofá y mira hacia el techo. —Pero ahora no siento
nada, no me produce ninguna reacción verte bailar. Lo hacías con una sutileza
que cualquier hombre hubiese caído fácilmente a tus pies. Justo en ese instante
se posa en el regazo de Margot, toma sus manos y las besa, pasa las manos de
ella por su rostro y la observa tiernamente: Recuerdo cuando te conocí,
eras tan joven, tan pura e inocente. Te encantaban Los Smiths, aunque debo
confesarte que les tenía reservas pues fue por ellos que encendiste tu primer
cigarrillo.
Alfredo se levanta
del sofá y se queda en pie un poco retraído recordando. —Yo estaba en ese mismo
parque y te veía a lo lejos, no sabía si acercarme, tomé valor, el valor que te
da el instinto. Días después fuimos a tomarnos unos tragos y de repente estaba
en tu cuarto, viéndote bailar esa bella canción. Aquella canción que hacía ver
tus caderas pronunciadas.
Margot aún mirando
hacia el techo del salón empieza a cantar "Trudging slowly over wet sand. Back
to the bench where your clothes were stolen. This is the coastal town
that they forgot to close down Armageddon! come Armageddon! Come!"
Alfredo mostrándose
indiferente a lo que estaba ocurriendo le dice: Nuestras vidas no son ya las
mismas, antes reíamos juntos. Ahora somos desconocidos, no sé quién eres. Sin
embargo, mantengo aún esas discusiones internas y por alguna razón no dejo de
quererte. No debería ¿Sabes? Hubo amantes en tu vida, fue insoportable.
—Hace un buen día
—dice Margot mientras los rayos del sol le recorren su rostro. —Aunque,
honestamente es un tiempo demasiado bueno para una ciudad tan fría, la ciudad
pierde identidad.
La indolencia de
Margot llena de profunda decepción a Alfredo. —Omites esa realidad que ahora
nos cuesta, ya no te siento parte de mí. Una vez te había comprado un vestido
rojo con algunos encajes negros en los bordes, no sabía cocinar, pero ese día
quería sorprenderte. Te dije que te pusieras el vestido y bajaras al comedor.
Ese día coloque una canción solo para ti, quizá, ya ni la recuerdas.
Ella mirando
fijamente a aquel sujeto desesperado le toma el rostro y canta a su oído
una estrofa de la canción.
"If the sun refused to shine. I would still be loving
you. Mountains crumble to the sea, There Will Still be you and me".
—No me culpes, los
últimos años he sido infeliz. Ya sabes, enterarme de la muerte de nuestro
hijo me dejó absolutamente vacía, supe que había muerto por un descuido tuyo.
En ese instante
Alfredo retira con violencia las manos de Margot de su rostro. —Eso no es
cierto, ¿quieres que pierda la cabeza, no es así? —
—Es cierto mi
pequeño Alfredo, es culpa tuya tanta calamidad. —Margot pierde los estribos y
grita sin ningún tipo de consuelo, que culpa tenía él, su muerte fue tan
absurda.
—Tú lo mataste,
sabías que debías sostenerle la mano y te negaste a hacerlo. —Un tanto
desencajada toma el oso de felpa de la mesa de centro y lo acaricia como
si fuese su hijo. Era tan pequeño, solo tenía dos años.
Eres tan injusta
replica su esposo, era mi hijo también, yo lo amaba.
—Tú solo mereces
sufrir lo mismo que yo sufro —le dice. De repente su llanto es
insostenible y debe recostarse contra la pared, aun así se
desliza lentamente hasta caer al suelo. Alfredo trata de consolarla y
la abraza, no pudiendo más se derrumba frente a ella. —¡Suéltame! —le
dice. —dime la verdad ¿Por qué lo sacrificaste a él? Yo, yo no quería, pero tú,
tú me obligaste.
—Que injusta eres,
el pequeño Joaquín no era mi hijo ¡Cómo pudiste abandonarlo! Nunca quise
soltarle la mano, él solo corría, jamás vi venir aquel carro ¡Mi amor, mi único
amor, Margot! ¿Por qué? Ahora tú, pobre y hermosa sufres tanto, incluso más que
yo.
Margot un tanto consternada le
responde. —no todo el pasado sería tan malo, si tan solo hubiese vencido mis
deseos habría en nuestras vidas un segundo hijo. Esta vez sí tuyo, todavía
puedo.
—Eres tan frívola,
en el fondo no te duele la muerte de tu hijo. Te digo algo, él nunca dijo mamá,
pues su mamá nunca existió. Lo dejaste cuando apenas salían sus dientes.
Margot enfurecida
se acerca a Alfredo.
—Cómo se te ocurre
pensar eso, todos los dardos han sido lanzados y eres tú el que los recibe,
aquí, mi amor, justo aquí—. Señalando su corazón con una voz casi demencial
—¡Pobre, pobre Alfredo! Sabe que su vida es ahora él y su vacío, mirándolo con una
sonrisa apabullante, pero no hay miedo de su parte, solo un sentimiento de
lástima por aquella mujer.
—Estás
enloqueciendo, tiene sentido ahora que lo pienso, la muerte de un niño de dos
años, el cual nunca quisiste, solo te atormenta por eso nunca serás
feliz.
Ante tal frase
Margot grita con desespero y toma su cabeza como queriendo desaparecer
—¡Cállate! No digas nada más, no digas más.
Toma el oso de
felpa y mira retraída hacia la ventana mientras Alfredo la observa desde el
sofá.
Margot cuenta su
sueño, pero pareciera como si lo contase para ella, pues ignora totalmente la
presencia de alguien.
—Un día lo vi en
aquel teatro, se veía tan hermoso en medio de la multitud, era como un ángel,
él me vio, dijo que era suya desde que nuestras miradas se cruzaron. Yo me
enamoré de aquel hombre en un solo instante, en ese momento dejo de existir
Joaquín, no había nada más allá de sus ojos, los de mi ángel. En la tierra
éramos él y yo, pero ¿quién lo podría entender? Por amor decidí irme y
abandonarlos, a los dos.
Jamás los mencioné
y hui con aquel hombre cuyos rasgos lo hacían ver como un poderoso dios del
norte.
—¡Ay de ti mujer
infeliz! Ahora vuelves a mí, pero no tengo nada que ofrecerte, solo mi
desconsuelo, no debiste volver, quizá mejor, jamás debiste irte. — En ese
instante se abrazan, siendo él quien besa su frente —mi bella niña, nunca he
dejado de amarte.
Margot ya no es
ella, ya no es consciente de la presencia de Alfredo, es inútil continuar pues
ella ya no lo escucha, su mente habita otra realidad en la cual Alfredo
no existe. Ella sigue hablando para sí, perdida en sus
pensamientos...
—¡Oh desgracia la
mía! resulto que ese ángel no quería una compañera sino un encuentro fortuito.
Yo lo veía un día con una mujer, al otro una diferente, cada día su cuerpo
tocaba una mujer, cada una de ellas más hermosa que la que la anterior. De
repente ya no era nadie en su vida, me convertí en un estorbo. Hasta que un día
dijo que iba a dejarme ¿Puedes creerlo?
—Mi Margot tú
rostro muestra fragilidad. Un rostro que solía ser tan bello, ahora se ve
perdido y nunca volverá a ser el de antes.
Margot entre llantos.
—Yo, yo lo maté ¡Lo maté Alfredo!— De repente se pone furiosa. —Estaba ahí, en
el que antes había sido nuestro cuarto, con su cámara tomando fotos a aquella
mujer, muy joven, muy rubia. Y yo, yo estaba en la cocina haciendo algo de comer para
cuando terminara su importante reunión, y así, el odio se apoderó de mí,
se apoderó y no tuve más remedio que liberarlo, así que entré al cuarto y lo
apuñalé por la espalda tres veces.
—Y ¿Qué pasó con
la mujer?
—No sé, no
recuerdo si también la maté a ella.
Se escuchan unos
pasos al fondo del pasillo, Margot se asusta y Alfredo tiernamente le dice: —Ya
vienen, debes cambiarte. La próxima vez te traeré otro vestido ¿Qué color te
gustaría?
Margot mira
fijamente por la ventana mientras fuma un cigarrillo. —Me gustaría uno
rojo.
Así llega el
auxiliar de la clínica de psiquiatría y le dice a Alfredo:
—El horario de
visita ha terminado.
FIN